PORTUGAL: EL PAÍS VECINO (un comienzo... por Celia Valera)
Soñar en Portugal no es difícil, ni soñar con Portugal tampoco. Sus calles y paisajes nos remontan a tiempos pasados. Conocer Portugal es una sorpresa y recordarlo una delicia.
Lisboa es la ciudad del recuerdo, el recuerdo que nos insinúan sus calles, sus edificios deteriorados por el terremoto de 1755 y que nos regalan una ciudad de contrastes: por una parte la Avenida de la Libertad con la plaza del Marqués de Pombal y de Felipe IV que nos recuerdan la estructura de cualquier capital europea, formada por edificios modernos y actuales y que nos conduce hacia la Plaza del Comercio y sus rúas de la baixa, dejándonos admirar el elevador de Santa Justa y las ruinas de la Iglesia "Do Carmo" -fiel testigo del terremoto-. Pero si nos dejamos perder entre sus calles podemos asimilar el sabor de una ciudad añeja, que ha querido envejecer y que se mantiene parada en el tiempo.

Desde la Plaza del comercio encontramos a la derecha la Alfama, con sus numerosos miradores, la Catedral -o "Sé", como dicen allí-, el castillo de San Jorge y sus calles sinuosas y estrechas; y a la izquierda el Chiado, que aún nos deja saborear un buen café en A Brasileira – lugar en el que encontramos la escultura de Fernando Pessoa, como homenaje al poeta que frecuentaba el local-, así como el Barrio Alto, que guarda en su esencia las calles más deterioradas de la Lisboa más profunda, calles en las que por la noche se pueden escuchar aún los fados que despiertan los cantares de los sentimientos portugueses.
Partiendo desde la Plaza del Comercio de nuevo y en la orilla opuesta del río se encuentra el barrio de Belem, y sumergida en la desembocadura del río Tajo, allí donde el río pierde su nombre y se convierte en océano, descubrimos la famosa Torre de Belem. Muy cerca de aquí divisamos el monumento a los Descubrimientos y el precioso Monasterio de los Jerónimos.
Lisboa son sus vistas desde cualquier rincón, el olor a castañas asándose al torcer cualquier esquina, terrazas de cafés en plena calle –aunque sea invierno- y pastelerías que guardan el sabor de unos “pastéis de nata” recién horneados.
El tranvía antiguo aún recorre las calles en cuesta que os recuerdan a tiempos pasados. Subirse en uno de ellos escuchando el constante crujir de la madera ajada con la que están hechos no tiene desperdicio.
Si queremos ver el mar cerca de Lisboa podemos acercarnos a Cascais –sin dejar de visitar la boca do inferno al atardecer-, a Estoril, a Sesimbra o perdernos en los acantilados del “Cabo da Roca”, el punto más occidental de Europa.
Muy cerca de Lisboa está SINTRA. De Sintra me niego a hablar porque no creo que haya frase o expresión que lo defina. Cruzar a pie o en coche sus grandiosos paisajes montañosos bien merecen el paseo, por no hablar de su monumento más emblemático: “El palacio Da Pena”. Sólo decir de él que si fuera el único monumento de Portugal, bien merecería la visita a este país de todos modos.
Si subimos de Lisboa hacia el norte encontramos Coimbra, antigua capital portuguesa y ahora ciudad universitaria por excelencia, que recoge en su reflejo las vistas desde el río Mondego y en la historia de su antigua universidad –aún en funcionamiento-, la biblioteca más bonita que yo haya visto nunca. No muy lejos se encuentra Aveiro, lugar curioso por sus canales que nos recuerdan a la Venecia Italiana.
Siguiendo hacia el norte desde Aveiro encontramos una de las joyas de Portugal: OPORTO. No es difícil enamorarse de Oporto, ayudan sus iglesias cubiertas de azulejos en cada esquina, o la estación de “Sao Bento”, la Iglesia de San Francisco, la “torre dos clérigos”, o las calles en cuesta que invitan a perderse contemplando sus casas que huelen a añejo con la ropa tendida de pared a pared. Éstas nos conducen hasta el Duero y nos dejan contemplar en la otra orilla las bodegas más famosas del país. Este paisaje ha hecho a Oporto ser merecedor del título “Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO”. La belleza que sugiere este conjunto que envuelve al Duero con aroma de humedad, vinos, ropa secándose en la fachada de las casas, terrazas de los restaurantes que acompañan la orilla de río con olor a pescado recien hecho o a "Francesinha"… es infinita. El Duero se deja ver al final de su recorrido, en la desembocadura en la que se une al mar, coronado por seis puentes, uno de ellos –el de Luis I- resulta bastante impactante. El río fluye entre las laderas de una montaña dejando ver a un lado las casas y monumentos más importantes de la ciudad y al otro las bodegas y edificios de Gaia, donde Oporto pierde su nombre. Perderse contemplando el Duero durante minutos e incluso horas no es demasiado difícil, yo diría que es necesario.
Un poco más hacia el norte se encuentra Braga, antigua capital episcopal. Braga aún reza. Nos lo demuestra su catedral, su antiguo palacio episcopal, el Arco de Porta Ferrea -donde se hacían antiguamente las ceremonias de recepción a todos obispos de la ciudad- y sobre todo el impresionante “Bom Jesus Do Monte”, el segundo santuario más visitado del país después de Fátima.
Portugal sueña, recuerda, admira, envejece, observa y siente.
Muchas gracias por la información
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